Antes del misterio de las hamacas que se mueven solas, Firmat se caracterizaba por ser el lugar donde nació Walter Samuel, el zaguero de Boca y la Selección. Pero los veinte mil habitantes de esta localidad de la pampa santafesina desde hace unos años son noticia por un extraño fenómeno que sucede en la plaza Manuel Belgrano, del barrio La Patria.
Parece una metáfora, acepta la firmatense Ivana Romero, pero así se llaman el barrio y la plaza donde se mueven, sin ninguna ayuda, las protagonistas de su crónica Las hamacas de Firmat, vuelta al pago que investiga la historia y al mismo tiempo mantiene el enigma, construyendo un atrapante fresco costumbrista.
A veces se mueve
una, a veces se mueven dos, a veces las tres. Solitas, al parecer, arrancan con
el vaivén y van tomando impulso. Luego, por largas temporadas, nada: unas
hamacas comunes y corrientes, diría cualquiera al verlas, salvo por la cerca
metálica que un poco las distingue de los otros juegos de la plaza Manuel
Belgrano de Firmat, ciudad de unos 20 mil habitantes ubicada en lo que sería el
empeine de la bota que según los mapas es Santa Fe, plena y próspera pampa
húmeda argentina. Para cuando comenzó el fenómeno, a mediados de 2007, Ivana
Romero llevaba unos meses instalada en Buenos Aires para trabajar en su oficio,
el periodismo, y lo que más le llamaba la atención es que en los medios
nacionales se mencionara tanto a Firmat, el sitio en el que nació el 8 de
septiembre de 1976. De esta ciudad forjada por lo agrícola-ganadero solía
hablarse sobre todo a partir de Walter Samuel, notable zaguero de Boca y de la
Selección, que también nació ahí: unas gigantografías lo homenajean en la
terminal de ómnibus local. Pero las hamacas misteriosas desplazaron el foco de
atención firmatense: ahí estaban los testimonios, las filmaciones, los
estudios, los enviados especiales. Cuando Romero decía de dónde era, enseguida
llegaban las preguntas sobre las hamacas. Y, trascartón, otras: si iba a
escribir sobre eso, cuándo, por qué no. “Es que yo me negaba a escribir un
libro –cuenta en un bar de Palermo, y se ríe bastante–. Quizá tuviera que ver
con que venís de un lugar en el que las calles son así o asá, las
construcciones son así o asá. Y un día se mueven unas hamacas. Veía todo lo
mítico que se iba construyendo alrededor de eso, pero no alcanzaba a
apropiármelo. Yo sentía, más bien, que no había mucho para contar.”
Pero sí, había. Y
está en Las hamacas de Firmat, flamante publicación de la Editorial Municipal
de Rosario que en unos días se distribuirá por un puñado de librerías porteñas.
YA TIENE
HAMACOLOGO EL PUEBLO
Que podía ser el
viento, o algún mecanismo oculto, o hilos imperceptibles, o videos editados. Pero
no: esas hipótesis en principio fueron descartándose. Las hamacas se movían de
día o de noche, con viento o sin él. Cada tanto, como les daba la gana. Eso
atestiguan muchos vecinos de Firmat. Entonces tomó cuerpo la historia del
fantasma. A comienzos de los ’80, cuando las primeras familias comenzaron a
mudarse a la zona, a un barrio de casas con techos amarillos construidas por el
Estado, un chico tuvo un accidente y murió. Al parecer se golpeó con un caño
grande, mientras jugaba. La plaza Belgrano por entonces era un baldío. Sus
familiares siguen viviendo en el barrio, pero prefieren no hablar: demasiado
con lo que les pasó, apunta Romero, como para que encima vengan los periodistas
a remover el pasado. “No lo iba a hacer, ni ahí. Hubo en el libro una intención
deliberada de preservar todo ese tema”, explica Ivana. Se puede leer en el
libro: “Cada tanto las hamacas vuelven a ser noticia. Que un ingeniero fue a
hacer estudios radiestésicos –es decir, mediciones en el piso para detectar
radiaciones electromagnéticas–, que un experto registró la velocidad del
viento, que unos yanquis están haciendo un programa especial sobre fenómenos paranormales,
que los japoneses llegaron con cámaras de alta definición, que los porteños
volvieron, que los porteños vuelven cada dos por tres”.
Un día, por
teléfono, su padre le dijo: “Vos jugabas con el nenito que se murió”. Por más
descabellado que le sonara, podía ser cierto: cuando ella era chica, su padre
había montado una panadería en ese barrio. “Y es posible que ese chico y yo nos
hayamos conocido –concede–. Habremos jugado a la pelota, a la escondida, a la
mancha. O nos habremos mirado, al menos, sin necesidad de preguntarnos el
nombre.” Contar de las hamacas, de su mito, de sus fantasmas, implicaba también
contar de su propia historia: cada paso que diera por Firmat, cada párrafo, la
involucraría. “Pasó bastante hasta que me decidí a contar. Escribí el libro
entre el año pasado y lo que va de éste. Y se conjugaron varios factores. Me
preguntaban sobre el asunto y decía, por ejemplo, ‘Sí, las hamacas se mueven en
la plaza Manuel Belgrano del barrio La Patria’ y parecía una suerte de
metáfora, pero no: así se llama el barrio, al sur de Firmat. Y el historiador
de la ciudad, una de mis fuentes, se llama Agustín Secreto, que fue militante
histórico del Partido Socialista Auténtico. Y hay un hamacólogo, Piqui
Pellegrini, que dirige un diario digital y se fue especializando: le dicen así,
el hamacólogo. Yo contaba estas cosas y me daba cuenta de que concitaban mucho
la atención de la gente de acá: a veces las distancias, más que geográficas,
son vivenciales. Cuando las hamacas empezaron a hacerse famosas, a una se la
robaron y luego la subastaron en Mercado Libre. ‘Se sospecha de un
basquetbolista local que tiene un gran futuro’, me dijeron. Enseguida
repusieron otra hamaca, que también se movía. Y después del robo el intendente
mandó a construir alrededor un corralito.”
A mediados de los
’90, Romero se mudó de Firmat a Rosario, donde estudió Comunicación Social y
trabajó en el diario El Ciudadano. Instalada desde 2007 en Buenos Aires, el año
pasado terminó su primer libro, los poemas que componen Caja de costura (Eloísa
Cartonera). Y ahí, entonces, se puso a trabajar de lleno en Las hamacas. Algo
antes le había presentado a Oscar Taborda y a Daniel García Helder, de la
Editorial Municipal de Rosario, que esbozaron incluir su proyecto en la
Colección Naranja. “Es una colección escrita por autores de Rosario, de su área
metropolitana y de la zona sur específicamente de la provincia, gente que se
mueve alrededor de la ciudad pero no necesariamente nacida ahí”, explica. “El
libro tiene cierto aspecto etnográfico, si se quiere; el requerimiento fue ‘las
fotos las sacás vos, porque es tu mirada’. En el perfil de la colección está
esa suerte de experimento con la hibridez de trabajar lo literario en
consonancia con algunos otros aspectos, lo histórico, lo geográfico, lo
sociológico.”
El interés es en
el mito, en sus misterios y en no clausurarlos, según aclara Romero. “Lo que me
interesaba era lo que la gente tuviera para decir sobre la construcción de ese
mito. De modo que si bien en el libro hay elementos o formas de trabajar
periodísticas, no está trabajado desde el punto de vista del periodismo de
investigación, que busca esclarecer. En el oficio, nosotros lo conocemos, uno
intercambia fuentes, perfecto. ¿Y qué pasa cuando tu vieja y tu viejo, tu
hermana, tus amigas, se transforman en tus fuentes? ¿Cómo abordás eso, que de
algún modo es la construcción de tu propia memoria? Yo sentí que muchas de esas
herramientas del oficio se quemaban, porque me sentaba muy periodísticamente a
hablar con alguien y me decían: ‘¿Y, cómo está tu viejo?’.”
PONELE LA FIRMAT
Es fantástica en
el libro la construcción del tono de vuelta al pago entreverada con la
narración de una historia que es a la vez varias: la personal, la familiar, la
generacional, la de Firmat, la de las hamacas extrañas. Romero vuelve a la casa
en la que vivió, que permanece cerrada: sus padres se han separado y ninguno
vive ahí. Hay un viaje en el tiempo y también un ida y vuelta entre centro y
periferia, sus tics y sus tacs, que afronta en primera persona la crónica de un
día construido por muchos otros días, en la que retrata a Firmat, habla con
amigos, periodistas, militantes, vecinos, revisa versiones, se detiene en hitos
del pasado. “Sentí que si iba a construir un yo ficcional, tenía que ponerme en
riesgo. De más grande adoré a Stephen King, pero mi tradición tiene que ver con
cuentos que van desde Las mil y una noches hasta las colecciones Robin Hood y
Billiken, esos libros, que tienen planteos de heroísmos clásicos. Entonces
pensé en construir esto como un viaje de regreso a Itaca (se ríe). Bueno, mucho
más humilde, pero con esa estructura, que en definitiva son las historias con
las que me crié. Un retorno posible que es en realidad imposible. Pero decidí
que aunque fuera imposible extrañarme de lo que tan bien conocía, a la vez era
imprescindible para poder contarlo. Porque si a vos no te sorprende, no te
llama la atención, ¿cómo hacés para compartirlo con alguien? A la vez, construí
un personaje que pensaba que al llegar al pueblo se iba a extrañar de ese yo
ficcional, pero en realidad nadie le da bola. El extrañado, ahí, es el
personaje.”
Vio moverse a las
hamacas por primera vez en 2007, cuando fue a hacer un relevamiento sobre la
laguna Melincué, 30
kilómetros al sur de Firmat. “Dicen que pesa una
maldición sobre la laguna”, apunta. “Que el pueblo se ha inundado muchas veces,
y entonces hay imágenes de ataúdes flotando, etc. Es una zona que tiene sus
fantasmas. Durante mucho tiempo hubo dos cuerpos enterrados en el cementerio
como NN, un hombre y una mujer muy jóvenes que aparecieron baleados durante la
dictadura. Pero la gente se ocupó de preservar los datos y el lugar, incluso en
épocas muy pesadas. Hasta que hace unos años el Equipo Argentino de
Antropología Forense pudo identificarlos: eran Yves Domergue y Cristina Cialceta
Marull, dos militantes del ERP.” El viaje de Romero toca la fundación del
pueblo de la mano del tren, dispuesto para trasladar granos al puerto de
Rosario y se detiene en los dirigentes anarquistas Francisco Mena y Eduardo
Barros, asesinados en 1917, durante un acto solidario con los agricultores
organizado por la Federación Obrera Regional Argentina. “Mi abuelo Donato y su
hermano Santiago anduvieron en el asunto”, escribe Romero. “Eran colonos
defensores de la idea de que la tierra es para quien la trabaja. Me pregunto si
el fantasma del Mena asesinado se pasea por la plaza Rivadavia, aunque ahí no
haya hamacas.”
Las hamacas de
Firmat también se mecen sobre la historia de Roque Vasali, que además de
innovar en la maquinaria agrícola y de generar un núcleo industrial en la
ciudad, con un polo obrero importante, fue intendente sin interrupciones entre
1963 y 1983. “En sus memorias Vasali dice que quiso renunciar cuando llegó la
dictadura y que no lo dejaron”, cuenta Romero. “Pero más allá de su figura puntual,
me pregunto: ¿qué pasó durante el Proceso? ¿Vivimos en el cono de silencio del
Súper Agente 86? ¿Seguimos siendo todos amigos y buenos porque en los pueblos
siempre está la solidaridad y el hecho de conocer al otro? Las respuestas que
conseguía sobre eso eran deshilachadas. Yo sabía de los aprietes que habían
sufrido mi viejo y mi tío, pero eran de esos relatos familiares no completados.
Puse el nombre de mi tío en Google y saltó también el nombre de Jorge Cadús, un
historiador que vive en Alcorta. Y resulta que él lo había entrevistado para
contar de su vínculo con Angel Vázquez, delegado histórico en los ’70 de la
filial local de Nestlé, que murió en un accidente extraño luego de varias
amenazas. Varios testimonios hablan de una mano negra, ahí. Y Cadús, que tiene
un libro inédito con su investigación, tuvo el gesto fabuloso de poner a mi
disposición esa parte de su historia: ¿Sabés lo que es eso? Cuando murió
Vázquez convocaron a mi tío para que ocupe su lugar. Y en los relatos
familiares se contaba que lo apretaron abiertamente, que le dijeron que no lo
mataban porque tenía una hija con una gran discapacidad. Mi prima. ‘Te borrás’,
le dijeron. Esto, en el pueblo donde todos, supuestamente, se quieren.”
DOS Y UNA
Hay cientos de
videos en YouTube sobre las hamacas, con hipótesis y pruebas muy diversas. En
uno de ellos, una niña se hamaca con ímpetu en la del medio; la de su izquierda
permanece quieta y la de la derecha se balancea, vacía, a la par. Y de repente,
¡uah!, la pequeña sale volando contra la baranda: que sintió un empujón, dice. Los
estadounidenses del programa de televisión Fact or Faked aseguran que
resolvieron el misterio: no hay presencia de espíritus, el fenómeno se debe a
“una combinación de factores ambientales”. Para llegar a esa conclusión
construyeron unas hamacas similares, hicieron pruebas con ventiladores
gigantes. Cuando se fueron las originales se siguieron moviendo con sus tiempos
locos, y desde entonces los paseantes prefirieron usar, más bien, las réplicas
que dejaron los especialistas norteamericanos. En el sitio web que dirige el
hamacólogo Pellegrini cuelgan un video cada tanto con una canción de Kevin
Johansen: “Voy, y vengo/ sin preocupación/ solo tengo/ tiempo y emoción/ y voy
en una/ sola dirección/ la del viento/ en mi corazón/ aquí en la hamaca/
hamaca”. La segunda vez que Ivana Romero las vio moverse fue en 2011 y ya le
daba vueltas la idea de escribir sobre esto. En la Cooperadora del barrio La
Patria se festejaba un aniversario y algo de ella, cuenta, le decía que tenía
que estar. Cuando llegó a la plaza Manuel Belgrano, en los parlantes dispuestos
para la fiesta empezó a sonar la canción más conocida de Los Wachiturros:
“¿Tirate un qué? Tirate un paso”. Dos hamacas se movían, frenéticas. La otra,
como si nada.
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